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La Inacabada Revolución Verde – El Futuro Rol
de la Ciencia y la Tecnología en la Alimentación del Mundo
en Desarrollo
by Norman E.Borlaug and Christopher Dowswell
Introducción
Me encuentro en mi 57º año de dedicación a la investigación
y producción agrícola en países de bajos ingresos
y déficit alimentario. He trabajado con muchos colegas, líderes
políticos y agricultores a fin de transformar los sistemas de producción
de alimentos y superar las sombrías predicciones de los años
60 sobre una inminente hambruna mundial. Como resultado de estos esfuerzos,
la producción de alimentos ha superado el ritmo del crecimiento
de la población global. En promedio, la provisión de alimentos
mundial en 1998 fue 24 por ciento mayor que aquélla de 1961, y
los precios reales fueron 40 por ciento menores (Pinstrup-Anderson
y otros, 1999). A pesar de estos éxitos, no hay espacio para la
complacencia en los frentes de la producción de alimentos y del
alivio de la pobreza.
La agricultura es "el arte, ciencia e industria
de administrar el crecimiento de plantas y animales para el uso humano"
que se ha desarrollado a lo largo de los últimos 10 ó 12
milenios. Ha tomado todo ese tiempo expandir la producción de alimentos
al nivel actual de 5 mil millones de toneladas brutas anuales. Hacia el
año 2025 no sólo tendremos que reproducir la actual cosecha
enteramente cada año, sino también expandirla en por lo
menos otro 50 por ciento. Esto no se podrá lograr a menos que los
agricultores en todo el mundo tengan acceso a los métodos actualmente
accesibles de producción y cosecha de alto rendimiento, así
como a los nuevos avances biotecnológicos, que prometen incrementar
el potencial de cosecha y la calidad nutricional de los cultivos, al tiempo
que mejoran la salud humana en general.
Ampliando nuestra Comprensión de la Naturaleza
Casi todos nuestros alimentos tradicionales son producto de la
mutación natural y de la recombinación genética,
que son los motores de la evolución. Sin este proceso permanente,
probablemente todos seríamos todavía fango en el fondo de
algún primitivo mar. En algunos casos, la Madre Naturaleza se ha
encargado de la modificación genética, y a menudo de una
manera notable. Por ejemplo, los grupos de trigo de los cuales tanto dependemos
para nuestra provisión alimentaria, son el resultado de inusuales
(pero naturales) cruces entre diferentes especies de hierbas. El trigo
para pan de la actualidad es el resultado de la hibridación de
tres diferentes genomas de plantas, cada una de las cuales contiene un
conjunto de siete cromosomas, y así puede fácilmente ser
clasificado como transgenético. El maíz es otro cultivo
que es producto de la hibridación transgenética (probablemente
de Teosinte y Tripsacum).
Como señalaron tan elocuentemente André
y Jean Mayer en su excelente ensayo "AgricultureThe Island Empire
(Daedulus, 1974), "cuando los seres humanos aprendieron por
primera vez el ciclo de las plantas, se convirtieron en científicos.
Al aprender cuándo y cómo plantar, en qué tierra,
y qué cantidad de agua necesitaba cada cultivo, fueron extendiendo
su comprensión sobre la naturaleza". Varios cientos de generaciones
de agricultores han acelerado la modificación genética a
través de la selección recurrente de las plantas y animales
más prolíficas y difíciles. Para comprobar cuán
lejos los cambios evolucionistas han llegado, basta mirar las mazorcas
de maíz fosilizadas de 5000 años de antigüedad encontradas
en Tehuacan, México, cuyo tamaño es aproximadamente un décimo
de las variedades modernas de maíz. Durante los últimos
100 años, los científicos han podido aplicar un creciente
conocimiento sobre genética, fisiología de las plantas,
patología y entomología a fin de acelerar el proceso de
combinación del alto potencial genético de las cosechas
con una mayor dependencia de aquéllas que se encuentran bajo un
amplio rango de tensiones bióticas y abióticas.
Introducción de la Agricultura Científica
al Mundo en Desarrollo
El término "Revolución Verde"
fue acuñado en 1968 por William S. Gaud, director de la
Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID),
para describir el progreso en la producción de alimentos originado
por la introducción y la rápida difusión de nuevas
variedades (pequeñas) de trigo y arroz en Asia. Muchos informes
iniciales describieron a la Revolución Verde como una transferencia
(indiscriminada) de tecnología de sistemas agrícolas de
alto rendimiento hacia los agricultores del Tercer Mundo. Para mí,
sin embargo, significó una nueva era en la cual la ciencia agrícola
fue empleada para producir tecnologías apropiadas a las condiciones
de los agricultores de los países en desarrollo.
Los críticos de la Revolución Verde tendieron
a concentrarse demasiado en las variedades (semidwarf) de alto rendimiento
de trigo y arroz, como si ellas solas pudiesen producir resultados milagrosos.
Ciertamente, las variedades modernas pueden incrementar significativamente
las cosechas debido a una más eficiente arquitectura de plantas
y a la incorporación de fuentes genéticas de resistencia
a la enfermedad y a los insectos. Sin embargo, las variedades modernas
solo pueden lograr cosechas marcadamente superiores sobre las variedades
tradicionales si se producen cambios sistemáticos en el manejo
de los cultivos, tales como las fechas y tasas de sembrío, fertilización,
manejo de agua y control de maleza y pestes. Esto resulta igualmente válido
para las variedades transgenéticas. Más aún, muchos
cambios en el manejo de cultivos deben ser aplicados simultáneamente
si se quiere lograr el potencial de cultivo de las variedades modernas.
Por ejemplo, una mayor fertilidad del suelo y una mayor disponibilidad
de humedad para los cultivos también mejora la ecología
para la maleza, para la peste y el desarrollo de enfermedades. Así,
mejoras complementarias en control de maleza, enfermedades e insectos,
se requieren a fin de conseguir el máximo beneficio.
Durante las últimas cuatro décadas, han
ocurrido cambios radicales en los factores de producción usados
por los agricultores. Tomemos el caso del Asia en desarrollo (Tabla 1).
Las variedades semi-enanas (semi-dwarf) de alto rendimiento son hoy usadas
en el 84 y el 74 por ciento del área cultivada de trigo y arroz,
respectivamente; la irrigación se ha más que duplicado (a
176 millones de hectáreas); el consumo de fertilizantes ha aumentado
en más de 30 veces, y se encuentra en alrededor de 70 millones
de toneladas de nutrientes; y el uso de tractores se ha incrementado de
200 mil a 4.6 millones de unidades. Como resultado de todo esto, la producción
de arroz y trigo se ha incrementado de 127 millones de toneladas a 762
millones de toneladas (FAOSTAT, 2001).
La intensificación agrícola no ha estado
exenta de efectos negativos sobre el ambiente o sobre las estructuras
sociales. Sin embargo, pienso que el valor de la tecnología moderna
debe ser juzgado en el contexto más amplio del crecimiento poblacional.
Por ejemplo, en el Asia en desarrollo, la población se ha más
que duplicado --de mil seiscientos millones a 3 mil 500 millones de personas
entre 1960 y el año 2000. ¿Cuál hubiese sido la situación
de los mil novecientos millones de personas adicionales si no hubiese
sido por la tecnología de la Revolución Verde? A pesar de
que la mecanización agrícola desplazó a los trabajadores
del campo, sostengo que los beneficios de un incremento en la provisión
de alimentos y la disminución sostenida del precio de los cereales
significaron beneficios mucho mayores para la sociedad.
A pesar de problemas tales como la salinización,
causada por sistemas de irrigación pobremente diseñados
y manejados, y la contaminación parcial de tierras y recursos hídricos,
causados en parte por el uso de fertilizantes y protectores químicos
de los cultivos, la intensificación agrícola ha ayudado
también a proteger los recursos ambientales. Al incrementar las
cosechas en las mejores tierras agrícolas, los agricultores del
mundo han dejado vastas tierras libres para poder ser dedicadas a otros
propósitos. Por ejemplo, si la cosecha global de cereales de 1950
se hubiese mantenido en 1998, en lugar de los 600 millones de hectáreas
que se usaban para la producción, necesitaríamos cerca de
mil ochocientos millones de hectáreas de tierra de la misma calidad
para producir la actual cosecha mundial (Figura 1), tierra que generalmente
no está disponible, especialmente en la densamente poblada Asia.
Más aún, si una mayor cantidad de tierra ambientalmente
frágil hubiese sido incorporada a la producción agrícola,
el impacto en la erosión del suelo, la pérdida de bosques,
pastizales y en biodiversidad y extinción de especies silvestres
hubiese sido enorme.
No obstante los éxitos de la Revolución
Verde, la batalla para asegurar la seguridad alimentaria para cientos
de millones de personas que viven en la miseria está lejos aún
de haber sido ganada. La expansión de las poblaciones, los cambios
demográficos y los programas inadecuados de lucha contra la pobreza
han terminado con muchos de los avances de la producción alimentaria.
En particular, los países del sur del Asia no han hecho un buen
uso del incremento de los recursos alimentarios para combatir la pobreza
y la malnutrición. China, por su lado, ha hecho un trabajo mucho
mejor. El Premio Nobel de Economía, profesor Amartya Sen,
atribuye el gran éxito de la reducción de la pobreza en
China --en comparación con la India—a la prioridad otorgada por
el gobierno chino a las inversiones en educación rural y en los
servicios de salud. Con una población más saludable y mejor
educada, la economía china ha estado en condiciones de crecer el
doble que la economía hindú durante las dos décadas
pasadas, y hoy la China tiene un ingreso per cápita que casi duplica
el de la India.
En otros lugares del mundo en desarrollo, especialmente
en el Africa sub Sahariana y en las remotas áreas montañosas
del Asia y América Latina, las tecnologías de la Revolución
Verde no han llegado todavía a la mayor parte de agricultores.
Esto no sucede porque --como algunos sostienen—las tecnologías
sean en sí mismas inapropiadas. Nuestro programa agrícola
Sasakawa-Global 2000 ha ayudado a agricultores de pequeña
escala en 14 países africanos a cultivar más de un millón
de parcelas de demostración --de un tamaño que fluctúa
entre las 0.1 y 0.5 hectáreas—con cultivos de maíz, soya,
trigo, (cavaza), arroz y legumbres. Virtualmente sin excepción,
los cultivos en estas parcelas son dos o tres veces superiores que los
promedios nacionales.
La principal barrera en Africa para la intensificación
agrícola es que este continente tiene los más altos costos
de comercialización en el mundo. Se requiere transporte eficiente
para facilitar la producción y permitir que los agricultores saquen
sus productos al mercado. Encontrar mejores maneras de proporcionar infraestructura
efectiva y eficiente en el Africa sub Sahariana apuntalaría a todos
los demás esfuerzos para reducir la pobreza, mejorar la salud y
la educación y asegurar la paz y la prosperidad.
Es difícil entender el fracaso de los gobiernos
del Tercer Mundo y de las organizaciones internacionales de desarrollo
en invertir adecuadamente en las economías agrícolas y rurales,
especialmente cuando la historia nos enseña que ninguna nación
ha podido reducir sustancialmente la pobreza y generar desarrollo económico
sin primero incrementar la productividad de sus sistemas agrícolas
y alimentarios. Así, como argumenta el profesor Gordon Conway,
necesitaremos una "Doblemente Revolución Verde" en el
siglo XXI si queremos asegurar una existencia más humana a todos
los que lleguen a este mundo.
Afortunadamente, pueden realizarse progresos en la productividad
de los cultivos –en la labranza, el uso de agua, fertilización,
control de malezas y pestes, y en la cosecha. Tanto la crianza tradicional
como la investigación biotecnológica serán necesarias
para asegurar que el progreso genético de los cultivos alimenticios
continúe a un ritmo suficiente para cubrir las necesidades de los
8 mil trescientos millones de personas que según las proyecciones
constituirán la población mundial en el 2025. Adicionalmente,
se requerirá más fertilizante, especialmente en el Africa
sub Sahariana, en donde solamente se usa alrededor de 10 kilogramos de
nutrientes por hectárea, en comparación a cifras entre 10
y 20 veces superiores en la mayor parte del Asia en desarrollo y las naciones
industrializadas.
Es solamente desde la Segunda Guerra Mundial que se usa
fertilizantes, y especialmente la aplicación del nitrógeno
de bajo costo derivado del amoniaco sintético, se ha convertido
en un componente indispensable de la producción agrícola
moderna (cerca de 80 millones de toneladas de nutrientes de nitrógeno
son actualmente consumidas cada año). El profesor Vaclav Smil
de la Universidad de Manitoba, quien ha estudiado los ciclos del
nitrógeno durante la mayor parte de su vida profesional, estima
que el 40% de los 6 mil millones de habitantes del mundo están
vivos hoy gracias al proceso Haber-Bosch de sintetización
de amoniaco (Smil, 2000). Sería imposible que fuentes orgánicas
puedan reemplazar esta cantidad de nitrógeno, al margen de cuánto
podamos intentarlo.
¿Qué Esperar de la Biotecnología?
Durante los últimos 20 años, la biotecnología
basada en la recombinación del ADN ha desarrollado nuevas e invalorables
metodologías científicas y productos en alimentación
y agricultura. Esta travesía más profunda dentro del genoma
--a nivel molecular—es la continuación de nuestra comprensión
progresiva del trabajo de la naturaleza. Los métodos de recombinación
del ADN han permitido a los criadores seleccionar y transferir genes individuales,
lo cual no sólo ha reducido el tiempo necesario de la crianza convencional
para eliminar genes indeseables, sino también ha permitido a los
criadores acceder a genes útiles procedentes de otras especies
distantes. Hasta ahora, estas alteraciones genéticas han aportado
beneficios orientados al productor, tales como la resistencia a las pestes,
enfermedades y herbicidas. Otros beneficios que podría aportar
la biotecnología y la crianza de plantas son otras variedades con
mayor tolerancia a la sequía, inundaciones, calor y frío
--factores importantes dadas las actuales predicciones sobre el cambio
climático. Adicionalmente, muchos beneficios orientados al consumidor,
tales como el mejoramiento nutricional y otros relacionados con la salud,
son previsibles para los próximos 10 ó 20 años.
A pesar de la formidable oposición en ciertos
círculos a los cultivos transgenéticos, la adopción
comercial de las nuevas variedades por parte de los agricultores ha resultado
uno de los casos de difusión de tecnología en la historia
de la agricultura. Entre 1996 y 1999, el área cultivada comercialmente
de cultivos transgenéticos se ha incrementado de 1.7 a 39.9 millones
de hectáreas (James, 1999). Estimados preliminares para el 2001
indican que el área cultivada con plantas transgenéticas
podría incrementarse a 43 ó 44 millones de hectáreas.
Irónicamente, son los agricultores y consumidores
de bajos ingresos y las naciones con déficit alimentario quienes
tienen mayor necesidad de los nuevos productos agrícolas biotecnológicos,
en tanto éstos pueden reducir los costos de producción por
unidad, beneficiando así los ingresos de los agricultores, al tiempo
que se incrementa la disponibilidad y el acceso a los alimentos, tan importantes
para reducir la pobreza. Más aún, en tanto la tecnología
viene dentro de la semilla, los productos biotecnológicos pueden
ayudar a simplificar la distribución, un cuello de botella frecuente
para llegar a los pequeños agricultores. Sin embargo, la batalla
sobre los productos biotecnológicos se viene dando principalmente
en las naciones ricas, cuyos gobiernos subsidian colectivamente a su pequeña
población agrícola con $350 millones anuales y en donde
muchos de los problemas de nutrición humana están relacionados
a la obesidad.
La investigación y el desarrollo agrícola
están hoy conducidos principalmente por la inversión del
sector privado. Así, se nos dice que la manera más rápida
para hacer llegar una nueva tecnología a la gente pobre es "acelerando
el ciclo del producto", de tal modo que la tecnología pueda
esparcirse velozmente, primero entre los ricos y luego entre los pobres.
A pesar de que esta dinámica de difusión puede ser cierta,
pienso que las compañías científicas necesitan establecer
precios concesibles en los países de bajos ingresos a fin de que
los agricultores pobres puedan también beneficiarse de los nuevos
productos GM. Adicionalmente, pienso que las grandes compañías
transnacionales deberían compartir su conocimiento con las instituciones
públicas de investigación y los científicos dedicados
a la agricultura minifundista, y formar sociedades para trabajar en cultivos
y problemas agrícolas que actualmente no constituyen el interés
prioritario de los principales mercados transnacionales.
Más allá de los alimentos, otros beneficios
de la producción de forraje y fibra pueden llegar mediante los
productos biotecnológicos. La posibilidad de que las plantas puedan
ser usadas para vacunar a la gente contra enfermedades tales como el virus
de la hepatitis B o la enfermedad Norwalk, que causa la diarrea,
simplemente cultivándolas y comiéndolas, ofrece inmensas
posibilidades en los países pobres. Esta línea de investigación
y desarrollo debería ser perseguida agresivamente, y probablemente
a través de asociaciones público-privadas, en tanto los
programas tradicionales de vacunación son costosos y difíciles
de ejecutar.
Ciertamente, las naciones del Tercer Mundo deben elaborar
marcos reguladores razonables a fin de guiar estos desarrollos, probando
y usando GMOs, tanto para proteger a las personas y al ambiente. Adicionalmente,
los derechos de propiedad intelectual de las empresas privadas deben ser
salvaguardados a fin de asegurar ingresos justos a inversiones pasadas
y fomentar mayores inversiones en el futuro.
Enfrentando a los Fanáticos Anti-Científicos
A pesar de que siempre han existido en la sociedad quienes
se resisten al cambio, la intensidad de los ataques contra GMOs por parte
de ciertos grupos no tiene precedentes y, en algunos casos, resulta sorprendente
dados los beneficios potenciales que tal tecnología aportaría
al ambiente al reducir el uso de químicos para proteger a los cultivos.
Pareciera que muchos de los más rabiosos opositores a los cultivos
biotecnológicos están guiados más por el odio hacia
el capitalismo y la globalización que por la misma seguridad de
las plantas transgenéticas. Sin embargo, el temor que han podido
generar sobre los productos biotecnológicos entre el público
se debe en gran medida al fracaso de nuestras escuelas y universidades
para enseñar incluso cursos rudimentarios de agricultura. Este
vacío educacional tiene como consecuencia que una vasta mayoría,
incluso entre los más educados, sea completamente ignorante de
un área de conocimiento básica para su vida cotidiana y,
por cierto, para su supervivencia futura. Debemos empezar a tratar esta
ignorancia sin demora --especialmente en las naciones urbanizadas ricas—
tornando obligatorio para los estudiantes el estudio de más biología
y el conocimiento de los sistemas agrícolas y alimentarios.
El debate actual sobre los cultivos transgenéticos
en la agricultura se ha centrado en torno a dos temas mayores –la seguridad
y las preocupaciones sobre el acceso, y la propiedad. Parte de la crítica
sobre la seguridad de GMO se basa en la idea de que introducir "ADN
externo" en nuestras especies de cultivos alimenticios es antinatural
y entraña, por tanto, riesgo para la salud. Sin embargo, si todos
los seres vivientes --incluyendo las plantas alimenticias, los animales
y los microbios—contienen ADN, ¿cómo podríamos considerar
que el ADN recombinado sea antinatural? Incluso definir qué constituye
un "gen extraño" resulta problemático, en tanto
muchos genes son comunes a muchos organismos. Obviamente, tendría
sentido que los alimentos GM portasen una etiqueta especial si el alimento
fuese sustancialmente distinto de alimentos similares convencionales.
Este sería el caso si hubiese una diferencia nutricional, o su
hubiese una sustancia alérgica o tóxica en el alimento.
Pero si el alimento es esencialmente idéntico a las versiones regulares
del mismo producto, ¿cuál sería la utilidad? Para mí,
esto socavaría el propósito fundamental del etiquetado,
que es proveer información nutricional o de salud útil para
que los consumidores puedan tomar sus decisiones de compra de manera informada.
Por el lado ambiental, encuentro que la oposición
a los cultivos transgenéticos portadores del gen del Bacillus
thuringiensis (Bt), es especialmente irónica. Raquel Carson,
en su provocativo libro de 1962 La Primavera Silenciosa, fue particularmente
efusiva en elogiar las virtudes del Bt como un insecticida "natural"
para el control de los gusanos. Pero los activistas anti-GMO han criticado
la incorporación del gen Bt en la semilla de diversos cultivos,
aún cuando ello puede reducir el uso de insecticidas y resulta
inocuo para otros animales, incluyendo a los humanos. Parte de su oposición
se basa en la perspectiva de que el uso extendido de los cultivos Bt podría
conducir a mutaciones de los insectos que eventualmente tornarían
inefectiva la bacteria. Esto parece increíblemente ingenuo. Podemos
estar seguros de que la habilidad de una raza particular del Bacillus
thuringiensis para otorgar resistencia a los insectos se rompería
inevitablemente, y ello porque los programas dinámicos de crianza
--usando tanto técnicas convencionales como de ADN recombinado—necesitan
desarrollar variedades con nuevas combinaciones de genes para mantenerse
delante de los patógenos mutantes. Esto ha constituido la esencia
de los programas de crianza durante más de 70 años.
En los Estados Unidos, cuando menos tres agencias federales
se encargan del escrutinio de la seguridad de los GMOs --el Departamento
de Agricultura (USDA), que es responsable de la seguridad del crecimiento
de las variedades de plantas; la Agencia de Protección Ambiental
(EPA), que tiene responsabilidades especiales de revisión para
las plantas que contengan genes que otorgan resistencia a los insectos,
enfermedades y herbicidas; y la Administración de Alimentos y Medicinas
(FDA), que es responsable de la seguridad de los alimentos. Los requisitos
de información impuestos sobre los productos biotecnológicos
son mucho mayores que aquéllos para los productos procedentes de
la crianza convencional de plantas, e inclusive del cultivo mutante, que
usa radiación y productos químicos para inducir las mutaciones.
Pero debemos ser conscientes de que no existe algo como un "riesgo
biológico cero". Simplemente no existe, lo cual, en mi opinión,
hace de la consagración del "principio precautorio" simplemente
otra estratagema de los fanáticos anti-biotecnología para
impedir el avance de la ciencia y la tecnología.
No existe información científica confiable
que se atreva a sostener que los GMOs son inherentemente peligrosos (ACSH,
2000). El ADN recombinado ha sido usado durante 25 años en productos
farmacéuticos, no existiendo casos documentados que puedan atribuirse
al proceso de modificación genética. Este también
es el caso de los alimentos GM. Con ello no queremos decir que no existan
riesgos asociados con algunos productos particulares. Ciertamente, podría
haberlos. Pero necesitamos separar los métodos por los cuales los
GMOs son desarrollados --que no son intrínsecamente inseguros—de
los productos que podrían serlo si ciertas toxinas o alérgenos
son introducidos.
Ciertamente han existido errores en el proceso de certificación
de GMO. Un ejemplo reciente fue la aprobación "restringida"
en los Estados Unidos otorgada por EPA a un híbrido de maíz
Bt, Starlink, para ser usado como alimento animal debido a posibles
reacciones alérgicas que esta raza de Bt podría producir
sobre los humanos. EPA garantizó su aprobación conociendo
bien que no existían canales de marketing para segregar el maíz
destinado a la alimentación animal de aquél destinado al
consumo humano. Como resultado de ello, el maíz Starlink
fue usado para fabricar "chips" y "tacos" de maíz,
y se socavó así la confianza pública. Perdido en
ese furor, sin embargo, se encuentra el hecho de que probablemente existe
escasa razón para creer que el maíz era, en realidad, inocuo
para el consumo humano --solo un temor sin sustento de que podría
causar reacciones alérgicas.
Un segundo aspecto controversial de las variedades transgenéticas
involucra temas de propiedad y acceso a los nuevos productos y procesos.
En tanto la mayor parte de la investigación sobre GMO se lleva
a cabo por el sector privado, que agresivamente busca patentar sus descubrimientos,
los temas de derecho de propiedad intelectual relacionados a las formas
de vida y al acceso de los agricultores a las variedades de GM, deben
ser tratados seriamente. Tradicionalmente, las patentes han sido otorgadas
para los "inventos" más que para el "descubrimiento"
de una función o característica. ¿Cómo tendrían
que manejarse estas distinciones en el caso de las formas de vida? Más
aún, ¿ por cuánto tiempo y bajo qué términos
deben ser otorgadas las patentes para los productos biotecnológicos?
El alto costo de la investigación biotecnológica
parece estar conduciendo hacia una rápida consolidación
en la propiedad de las compañías dedicadas a la ciencia
de la vida agrícola. ¿Es esto deseable? Debo confesar incomodidad
a este respecto, y creo que la mejor manera de tratar con este problema
potencial es que los gobiernos aseguren que los programas de investigación
del sector público, destinados a producir "bienes públicos"
se encuentren adecuadamente financiados, a fin de ayudar a asegurar que
los agricultores y los consumidores no se conviertan en rehenes de eventuales
monopolios privados. Lamentablemente, durante las últimas dos décadas,
el apoyo a los sistemas nacionales de investigación pública
en los países industrializados ha decaído lentamente, en
tanto el apoyo para la investigación agrícola internacional
ha caído tan precipitadamente que se aproxima al desastre. Si estas
tendencias continúan, se corre el riesgo de perder la amplia continuidad
de las organizaciones de investigación agrícola --públicas
y privadas, y desde las básicas hasta las más aplicadas
y prácticas—que se requiere para continuar el avance de la agricultura.
Los beneficios que ofreció en el pasado el relativamente
libre intercambio de germoplasma han sido enormes. Dos ejemplos ilustran
este punto. El intercambio y experimentación internacional de germoplasma
empezó recién a comienzos de los años 50, en respuesta
a una devastadora epidemia del tizne de tallos de trigo en Norteamérica,
causado por la raza 15B, a la cual todas las variedades comerciales eran
susceptibles. Enfrentados a esta crisis de proporciones epidémicas,
los departamentos de agricultura de Estados Unidos y Canadá apelaron
a otros programas de investigación en las Américas, a fin
de intercambiar un amplio rango de sus mejores generaciones --tempranas
y avanzadas—de materiales de cultivo, y probar estos materiales simultáneamente
en muchos lugares. El Programa Agrícola Cooperativo Rockefeller
– Gobierno Mexicano con el cual estaba yo asociado, y varios programas
agrícolas de investigación en América del Sur, respondieron
rápidamente. De este esfuerzo inicial, nuevas fuentes de resistencia
al tizne del tallo fueron identificadas y se mantienen hasta la fecha.
De esta manera, no han vuelto a ocurrir epidemias del tizne del tallo
en las Américas por casi 50 años.
Además, una nueva innovación institucional
--la prueba internacional de germoplasma—empezó a gestarse. La
coordinación de estas redes --que involucran organizaciones de
investigación nacionales e internacionales—se ha convertido en
un sello de los centros internacionales apoyados por el Grupo consultivo
de Agricultura Internacional (CGIAR). El compartir internacionalmente
el germoplasma y la información rompió las barreras sicológicas
que previamente habían aislado a los criadores individuales unos
de otros, y condujo a la introducción de enormes nuevas cantidades
de útil diversidad genética. Se convirtió en política
aceptada que los criadores individuales pudiesen usar cualquier material
de estos criaderos internacionales, ya sea para el cruce adicional o para
el uso comercial directo, en tanto la fuente original fuese reconocida.
Ello condujo al desarrollo acelerado de nuevas variedades de alto rendimiento
y resistentes a la enfermedad y a los insectos, y se vislumbró
una era dorada en la crianza de plantas en todo el mundo.
Otra contribución mayor de la cooperación
internacional está constituida por la colección de germoplasma
de razas nativas de maíz promovida por el programa agrícola
Gobierno Mexicano-Fundación Rockefeller durante los años
50, con la asistencia de las Academias de Ciencia de los Estados Unidos
y luego de los centros CGIAR así como de los institutos nacionales
de investigación agrícola. Hoy, los bancos de semillas de
los CGIAR contienen mucho de la diversidad genética de la mayoría
de especies de cultivos de alimentos, y se conservan para beneficio de
la humanidad. Sin ellos, mucha de la biodiversidad en muchas especies
de cultivos de alimentos se hubiese perdido. Sin embargo, el acceso a
estas colecciones de germoplasma se hace cada vez más restringido,
a menudo debido a los intereses nacionales derivados de las consideraciones
a los derechos de propiedad intelectual. Esta situación podría
afectar a todos los centros CGIAR. Entiendo que el Centro Internacional
de la Papa (CIP) en el Perú ha tenido dificultades en obtener permiso
del gobierno nacional para enviar el germoplasma que desarrolla y colaborar
así con instituciones de investigación fuera del país.
Los opositores a la biotecnología están
tratando ahora de convencer a las naciones del Tercer Mundo que sus especies
de plantas corren el riesgo de ser robadas por los investigadores del
sector privado --"biopiratas"—y están recomendando barreras
legales para impedir el flujo de germoplasma. Esto es desafortunado. Durante
los últimos 500 ó 600 años, el concepto de lo que
significa germoplasma "indígena" ha sido sumamente borroso.
El maíz, los frijoles, el maní, la (cassava), la papa, el
cacao y los pimientos --por mencionar solo algunos—fueron productos originalmente
domesticados en las Américas y expandidos por exploradores y comerciantes
a través de Europa, Asia y Africa. El arroz, el trigo, la cebada,
la avena, el centeno y el (peas) se expandieron del Asia hacia otros continentes,
mientras el (sorghum), el mijo y el café se expandieron desde Africa
al resto del mundo. Entonces, históricamente hablando, todas las
naciones fueron "biopiratas" de una u otra manera. Y lo celebro,
pues ello ¡ha traído una tremenda diversidad a nuestras dietas!
Comentarios finales
Los temas considerados en la Conferencia Semillas
de Oportunidad son complejos y contenciosos y para ellos no tenemos
respuestas completas.
Pero esperamos que un sentido suficiente de buena voluntad
y humanidad exista en las generaciones presentes y futuras y permita el
surgimiento de nuevas formas de colaboración pública-privada
para asegurar que todos los agricultores y consumidores del mundo tengan
la oportunidad de beneficiarse de la nueva revolución genética.
En esta búsqueda, debemos tener cuidado de no confundir ciencia
con política. Así, cuando los científicos prestan
sus nombres y credibilidad para propósitos no científicos,
¿qué debemos pensar? ¿Asombra que la ciencia esté perdiendo
el apoyo de la ciudadanía? Debemos mantenernos en guardia contra
los investigadores políticamente oportunistas como T.D. Lysenko,
cuya seudo-ciencia agrícola y viciosa persecución de cualquiera
que estuviese en desacuerdo con él, contribuyeron grandemente al
colapso de la ex Unión Soviética.
Treinta y un años atrás, durante mi discurso
de aceptación del Premio Nobel de la Paz, dije que la Revolución
Verde había obtenido un éxito temporal en la guerra del
hombre contra el hambre y que, de ser completamente implementada, podría
proveer alimento suficiente para la humanidad hasta fines del siglo XX.
Pero advertía que, a menos que se frenase el atemorizante poder
de la reproducción humana, el éxito del la Revolución
Verde sería efímero. Hoy pienso que el mundo tiene la tecnología
--ya sea disponible o en estado de investigación avanzado-- para
alimentar a una población de 10 mil millones de personas. La pregunta
más pertinente en la actualidad es si se permitirá el acceso
a los agricultores y ganaderos del mundo a las nuevas tecnologías
necesarias para enfrentar los desafíos agrícolas, alimentarios
y nutricionales que tenemos por delante.
REFERENCIAS
(las mismas)
Translated into Spanish by: U.S. Embassy, Lima, PAS,
TMéndez
10/04/01
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